A rajatabla
Las redes sociales no son ni buenas ni malas, sino que reflejan valores morales, culturales, científicos, políticos o religiosos de quienes las usan y apuntan las características de una sociedad en general, por lo que en ese ciber espacio navegan mensajes útiles, provechosos, educativos o material de desechos tóxicos.
Casi la mitad de la población adulta de República Dominicana tiene acceso al internet y muchedumbre de cibernautas se aglomeran en plazas comerciales y lugares donde se ofrece gratis wifi con lo que mantienen activa comunicación con el universo virtual.
La tragedia acaecida el martes con el asesinato del alcalde Juan de los Santos, constituye el ejemplo más reciente de que las redes pueden ser excelentes vehículos de difusión de noticias, educación científicas promoción de valores, pero también un repugnante vertedero de miserias humanas.
Periódicos y páginas electrónicas realizaron una excelente cobertura noticiosa y de orientación en torno a un suceso que consternó a la sociedad dominicana, pero no fueron pocos los medios y personas físicas que aprovecharon ese evento para dar rienda suelta a sus bajas pasiones.
Hay quienes creen que la mejor manera de subir la audiencia de sus programas convencionales o de las visitas a sus medios en redes sociales debe ser mediante la instalación de un circo romano para lapidar a conveniencia reputaciones, sin garantizar los más mininos derechos de sus víctimas.
Antes de ser requeridos por algún tribunal o de que el Ministerio Público formalice algún tipo de acusación, muchos ciudadanos ya fueron asesinados civilmente en las redes, por gente que se considera por encima del bien y del mal y que además promueven la cultura del odio y la lapidación moral o política.
Esa gente no reparó en que ya Juancito estaba muerto para volverlo a matar con la evacuación en las redes de material fétido sobre su honra y memoria, al pretender confundir el ejercicio de un periodismo sano, competitivo y profundo, con la difusión de estiércol mediático.
La valentía y responsabilidad de un buen periodismo ayuda a consolidar la democracia y advierte a quienes detentan el poder que la prensa estará siempre vigilante para denunciar cualquier tropelía o violación a la ley, pero para eso se requiere objetividad y ética profesional.
En su rol de columnista o comentarista, quien esto escribe no se esconde tras muros de la imparcialidad, pero intenta siempre alejarse de los centros de lapidaciones que erigen intereses políticos, corporativos, o de aquellos retretes colectivos donde muchos que visten de seda y lino evacuan sus bajas pasiones.